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domingo, 13 de octubre de 2024

La desinformación dejó sin pollo a Loma Bonita

 

Zurya Escamilla Díaz (Tlaxcala, 13 de octubre de 2024) Doña Linda mira con preocupación cómo Alejando sube a la batea de la camioneta roja la mesa metálica desarmada donde un día antes pendían cuatro pollos a la espera, cada vez más larga en las últimas semanas, de que alguien los eligiera para preparar la comida.


- ¿A dónde se va? – pregunta la mujer de 73 años recargada en el poste de luz, mientras el vendedor de pollo va y viene al interior del local de fachada amarilla para sacar los últimos muebles y utensilios. En el suelo de loza blanca está el letrero rojo impreso en lona “LA ASOCIACIÓN DE POLLERÍAS DE TLAXCALA GARANTIZA EL CONSUMO DE POLLO 100% SEGURO PARA TU SALUD EN EL ESTADO. ¡¡CONSUMA CON CONFIANZA!!”.


- No me voy a cambiar, ya no se está vendiendo por la enfermedad - responde Alejandro con un suspiro.


- ¿Y ahora qué vamos a hacer? - replica doña Linda, mientras frunce los labios y se pregunta con qué preparará los tacos dorados para ofrecer en las oficinas la mañana siguiente.


El hombre delgado y moreno se encoje de hombros, también está preocupado; apenas ha pasado un mes de que la Secretaría de Salud emitiera una alerta por el incremento de casos de Guillain-Barré en marzo de 2024, sumaron en total 84 y tres muertes durante la emergencia que en menos de un mes llevó a la suspensión de 30 pollerías y un número indeterminado de cierres por las bajas ventas.


Una de ellas es la pollería de Alejandro, ubicada sobre la calle Constructores en la colonia Loma Bonita de Tlaxcala capital, la única a cinco cuadras a la redonda. Según el Directorio Estadístico Nacional de Unidades Económicas (DENUE), en todo el estado había mil 400 pollerías hasta 2020, tres para el consumo de ocho mil personas que habitan Loma Bonita, El Sabinal y Tepetlapa.

El comerciante recuerda que abrió este negocio poco antes de que fuera declarada la emergencia por Covid-19. No obstante, las complejidades de esa pandemia no se comparan con la caída en las ventas que provocó la alerta de la Comisión Estatal de Protección contra Riesgos Sanitarios (COEPRIST) que no dejó espacio a cuestionamientos: la parálisis flácida aguda, manifiesta a través del síndrome de Guillain-Barré, es causada por el consumo de pollo contaminado con campylobacter jejuni y en todos los establecimientos verificados encontraron presencia de esta bacteria, según informó en su momento la titular de la dependencia, Mónica Jiménez Gutiérrez. Información que replicaron los medios de comunicación.


“Vendía 20 pollos diarios, pero terminé vendiendo 10 o menos cuando lo de la enfermedad”, recuerda Alejandro.


Según la Organización Mundial de la Salud, la COEPRIST difícilmente podría haber encontrado menos de esta bacteria en el pollo, pues es inherente a esta carne como a la de todos los animales de “sangre caliente”, incluidos perros y gatos, pero también está presente en agua o hielo contaminado. 


Doña Linda no sabe de dónde viene el pollo que compraba con Alejandro, pero sí que no es recomendable lavarlo, que siempre debe cocinarlo bien como le han dicho médicos, dentistas y enfermeras a quienes diariamente ofrece antojitos en el Módulo Dental y en el Centro Ambulatorio de Prevención y Atención de VIH/SIDA e Infecciones de Transmisión Sexual (CAPACITS), quienes no dejaron de comprarle pese a la alerta generalizada.


Los últimos cuatro meses han implicado un esfuerzo extra para esta pequeña y delgada mujer que a diario caminaba no más de dos cuadras apoyada en su bastón metálico con la mano derecha, con la que también sostiene la canasta verde de plástico para llevar sus productos.


Ahora, conseguir un producto tan básico como el pollo se ha convertido en un reto, ya sea por tener que subir las cuatro cuadras en pendiente para llegar a la pollería más cercana, por esperar que alguna de sus vecinas suba para encargarle “el mandado” o que su único hijo pueda hacer tiempo para llevarla a comprar.


“A ver cuándo abren otra, pareciera que no, pero sí se extraña, los tacos y tostadas no saben igual sin su pollito”, explica con una risa nerviosa mientras conversamos sobre la acera. Sus ventas son su única fuente de ingresos.


Por su parte, Alma ha optado por ir al mercado de la capital una vez cada dos semanas para traer pollo, congelarlo y tenerlo listo para cuando lo necesite. “Es que pierdo mucho tiempo si voy hasta la pollería de arriba cuando queremos pollo, en lo que llego del trabajo y cocino… Antes nada más pasaba y rápido, estaba a una cuadra, pero ahora lo tengo que congelar. Ya ves que por allá no hay nada”, dice esta mujer de 50 años al referirse a las oficinas de SESA, donde labora.


Sentada a la mesa del comedor de su casa, donde la luz amarrilla del foco destaca su cabello teñido de rojizo y el armazón de sus lentes a juego, Alma no termina de comprender por qué “le hicieron mala fama al pollo”; como trabajadora administrativa en el área de la salud, sus compañeros especialistas solo le hicieron la misma recomendación que a doña Linda: cocinar bien el pollo y evitar lavarlo para no contaminar los espacios. 


“Eso lo dijeron, pero ya como un mes después, cuando la gente ya se había asustado”, dice con una risa ahogada mientras mueve la cabeza.


Ella ha decidido ya no comprarlo como solía porque si bien la ruta de transporte no le implica un costo extra, sí le toma entre media y una hora más de tiempo de traslado. “Así con más calma, ya hasta me acostumbré, aunque siempre es mejor que esté fresco”.


Sin embargo, Gaby sí ha tenido que invertir más tiempo para comprar esta carne, ya sea al subir por ella a la pollería más cercana o bien para ir al mercado de la capital. Éste es un producto que difícilmente puede eludir, pues prepara los alimentos de los Fragoso, una pareja de adultos mayores que por su condición de salud están restringidos de carne de res o de puerco.


- ¿Usted hace de comer? - me pregunta con cierta prudencia la mujer alta de cabello corto, ondulado y rubio, cuando hablamos a la puerta de la casa donde trabaja.


- Regularmente no- replico.


- A lo mejor usted no se da cuenta, pero estar pensando todos los días qué hacer de comer no es tan fácil, menos cuando no pueden comer muchas cosas, no grasas, no carnes rojas, no irritantes... Antes todo me quedaba aquí cerca, pero nada más de pensar que tengo que subir…- concluye la frase con una expresión de fastidio.


La primera semana de la alerta fue la más complicada, evitó a toda costa comprar pollo; pero lo limitado de los menús y el que la pareja para quien trabaja pidieran “más sustancia” en los platillos, hicieron a Gaby retomar el producto con las recomendaciones que recibió del señor Alejandro, quien a su vez las obtuvo de COEPRIST.

Las familias en los alrededores de la calle Constructores realmente no deben ir muy lejos para encontrar lo que necesitan en su día a día. En apenas 50 metros está la quesería, carnicería, tortillería, una tienda donde venden especias y semillas, así como la miscelánea donde lo mismo encuentran verdura y fruta fresca, pan y productos de distintas marcas. 


Justo entre la tortillería y la tienda de semillas solía estar la pollería del señor Alejandro y la ausencia del negocio también la ha resentido Sandy, dependienta de la miscelánea, quien explica que algunos de sus clientes ya no pasan porque si quieren comer pollo van a algún mercado o a alguna de las otras dos pollerías, por lo que prefieren hacer sus compras cerca ahí.


“No ha sido mucho, pero luego algunas clientas me comentan que no habían venido por eso porque aprovechan que van por el pollo para traer lo demás”, explica la mujer de rostro redondo y blanco con labios pintados de rojo intenso y cabello negro peinado en una cola de caballo.


Como Linda, Alma, Sandy o Gaby no se preguntaron antes de dónde venía el pollo que consumen; en realidad las autoridades tampoco parecen saber de dónde viene, aunque saben que en Tlaxcala no hay pollerías porque el clima templado a frío y seco dificulta la producción, pero fue al detonarse los casos de Guillain-Barré cuando comenzaron a trazar la ruta. 


“Desde que llegué a la COEPRIST en 2023, el mapa de riesgos nos arrojaba el pollo como un foco rojo, luego vino el Guillain-Barré que terminó detonando las supervisiones en las pollerías. No podemos bajar la guardia, tenemos que seguir supervisando, pero se llegó a un arreglo con la Asociación de Pollerías para que pudieran cumplir y en enero vamos a continuar con las verificaciones”, comenta Mónica Jiménez.


Según la Asociación de Pollerías, hay centros de distribución que lo traen de Oaxaca, Puebla, Querétaro o Veracruz para abastecer a toda la entidad. La COEPRIST precisa que son 12, en Huamantla, Tlaltelulco, Apetatitlán, y se sostiene en su dicho: el pollo “contaminado” es la causa de la enfermedad, a veces aunado a las altas temperaturas, otras a la falta de higiene en el traslado y manejo.


A medio año de haber emitido la alerta, los 84 pacientes con parálisis flácida aguda fueron dados de alta y están en rehabilitación; los 33 negocios suspendidos por la COEPRIST funcionan con una resolución administrativa, pero la pollería de don Alejandro no volvió a levantar la cortina y sus clientas hacen malabares para volver a poner el pollo en la dieta de sus familias y sus clientes.

Esta crónica se hizo como parte de las actividades de la Licenciatura en Periodismo Digital de la Universidad de Guadalajara.


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